Mis métodos contra el amor incluyen leer Las cosas que llevaban a partir de la página 200. Siempre funciona. A pesar de haber sido el libro con el que más he llorado a lo largo de toda mi vida. Casi el 70% de su duración. Una anécdota sin importancia.
Exige fuerza y dedicación constantes esto de no dejarse llevar por los instintos primarios. No cabe duda de que compensa. A mí me compensa. Al resto, por supuesto, no. Lo que le importa al resto es que optes y decidas lo que no está escrito. Se encargan de recordártelo con cada sermón, con cada acusación de infantil e irreverente. No los soporto.
En una sociedad cada vez más artificial en la que incluso el tan excitante olor natural de la vagina está condenado a desaparecer, en la que las personas mayores ya no envejecen y se considera básico tener móvil además de un techo y comida, escoger el control de tus emociones frente a la libertad de las mismas es aberrante, un insulto. Yo me pregunto por qué les ofende que decida no amar. A mí me da igual que se depilen, que se pongan a dieta o decidan comprarse un iPad antes que nadie. Incluso que se casen por la Iglesia sin creer en otro Dios que en su vestido de color vulgarizado. Porque ¿quién soy yo?
No somos nadie. No somos nada.
