Mala sangre

Me dice Nía que venga a poner a caldo a alguna bloguera, pero, francamente, me importa un bledo. A pesar de prejuzgar, como todas, no me gusta hacerlo porque sí. No siento esa necesidad que quizás sí padezca ella. Si se publicase en un comentario alguna fruslería máxima, por supuesto que no tendría reparos en responder con gallardía, que para eso es mi blog. O nuestro. Pero me sabe a poco criticar por criticar a personas concretas cuando mi especialidad es cagarme en la raza humana en general, qué quieres que te diga.

Meterme con Nía es como más atrayente y jugoso. Porque la conozco. Ay, un momento, que estoy viendo en YouTube "Señoras, el corto". ME PARTO. Ya.

Nía es una tía que te recita los diálogos de Águila roja de memoria. Así, a pelo, café mediante. Intenta ser borde pero sólo logra olvidarse de algunas tildes y escribir títulos sin su inicial en mayúscula durante el proceso. Nada que no sepamos ya. Me manda anónimos para insultarme por configurar el theme de GMail a juego con nuestra página y se atribuye a ella misma el trabajo sucio de reírse de la vida cuando la que publica cada día aquí soy yo. Detalles.  

Algo que odio de Nía es su promiscuidad amorosa, que no tiene nada que ver con la promiscuidad "normal". Esos flechazos bimensuales tan de aquella página de Facebook que dice "Lesbianas que se conocen, se acuestan, se quieren, se mudan y se compran un gato". Pues así. Para empezar, no la culpo. Al fin y al cabo, es un comportamiento muy lésbico. Ella está integrada en su pequeña tribu urbana. Pero a costa de eso ya tenemos tres gatos en casa, y yo me planteo por momentos pegar la vuelta y no volver. No me gustan los gatos. Es más, no me gustan los animales allende nuestra especie. "Tenerlos". Condeno la posesión de seres vivos. Si un perro no quiere separarse de ti, me parece correcto. Atarlo es una esclavitud no consensuada. Domesticación, pero ¿qué me estás contando? Si quieres domesticar, entra en Fetlife y busca ahí a un ser humano que por propia voluntad quiera elegir que le domestiquen. A veces dejo las ventanas y la puerta de la calle abiertas, en un vano intento de fuga planificada, pero los hijos de puta deben tener un coeficiente intelectual de pez payaso, no sé. No pierdo la esperanza.

Y ya he hablado demasiado, para mi gusto.