Orgullosamente contradictoria

Algo que me viene cabreando desde hace un tiempo es el tema de las contradicciones humanas. Sabemos que estamos evolucionando hacia una especie robotizada, pero en el fondo y de forma individual seguimos conservando trazos de lo que fuimos, aquellos animales racionales. En mi caso, me inclino hacia un concepto pesimista de la vida, y ésta es una opción mal considerada de cara a la sociedad, que se siente, como cabría esperar, ofendida. Las personas no soportan a los pesimistas y les acusan de tener un problema. Depresión, o algo. Da igual. Esto es secundario. A lo que voy es a lo siguiente: como ser humano que soy, errante e instintivo a pesar de mi raciocinio, que tampoco es perfecto, ¿por qué cabría esperar que me comportase siempre siguiendo una lealtad irreprochable a lo que digo que son mis principios? Me gusta equivocarme, aprender de mis errores, arriesgar, perecer, huir, mentir. Soy narcisista, egoísta, y no creo que sea una cuestión de inmadurez, sino de supervivencia y de personalidad. Y ahora pienso y escribo esto, pero quizás mañana experimente una situación concreta y venga aquí defendiendo lo contrario. Y me recriminarían. Te estás contradiciendo, afirmarían sonrientes. Y yo les miraría y respondería: lo sé. Y se me marcarían los hoyuelos ante sus miradas de descrédito. Me parecerían gilipollas por creer que una contradicción me podría avergonzar de alguna manera. ¿Por qué habría de avergonzarme la prueba de que, efectivamente, sigo siendo un beduino y no una pieza de una máquina más? 

Que cada uno se psicoanalice a sí mismo en su puta casa y nos dejen a los demás vivir nuestras vidas tranquilos y felices, porque me cago en Dios y en sus valores, hostia.